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Jay Kaeppel es analista cuantitativo colaborador habitual de los principales medios internacionales como CNBC, así como colaborador destacado en SentimenTrader.com y la revista Stocks and Commodities, una web de referencia internacional con suscriptores en más de 50 países.
Jay Kaeppel / Sentimentrader.com

 

A lo largo de las últimas décadas, el oro y el dólar estadounidense han mantenido una relación inversa constante: cuando uno brilla, el otro suele perder fuerza. Este patrón, lejos de ser casual, ha seguido un ritmo sorprendentemente coherente a lo largo del tiempo, repitiéndose en intervalos de aproximadamente ocho años.

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Desde 1976, los primeros cuatro años de cada ciclo de ocho han tendido a favorecer al oro, mientras que los cuatro siguientes han premiado al dólar. Este comportamiento refleja la alternancia natural entre fases de aversión al riesgo y confianza en la economía, con los inversores rotando entre activos refugio y activos vinculados al crecimiento.

Los datos históricos son impresionantes: durante las llamadas “mitades doradas” (los primeros cuatro años de cada ciclo), el oro acumuló un rendimiento total del 4.627 %. En contraste, durante las “mitades del dólar”, la divisa estadounidense perdió alrededor de un 71 % frente al metal precioso. Esta simetría de fuerzas, que se repite cada década, ha marcado los grandes giros estructurales de los mercados monetarios y de materias primas.

De hecho, aplicar una estrategia de rotación oro–dólar desde 1976 —comprando oro en la primera mitad del ciclo y rotando hacia el dólar en la segunda— habría transformado un dólar inicial en 152,82. Una demostración contundente de cómo los ciclos macroeconómicos pueden aprovecharse con disciplina y visión de largo plazo.

Este ritmo recurrente de liderazgo alternante entre el oro y el dólar no solo subraya las dinámicas de oferta, demanda y política monetaria, sino que también refleja los cambios en el apetito por el riesgo global. Cuando las tasas de interés reales caen y la confianza en las monedas fiduciarias se erosiona, el oro suele liderar. En cambio, cuando el crecimiento y la rentabilidad en dólares repuntan, el capital regresa al billete verde.

Hoy, ese ciclo de ocho años parece renovarse una vez más. Con un contexto de tasas reales en retroceso, políticas fiscales expansivas y tensiones geopolíticas latentes, el oro vuelve a situarse en el centro de la narrativa. Si la historia sirve de guía, podríamos estar entrando en una nueva “mitad dorada” del ciclo, una fase donde el metal vuelve a imponerse como referencia de valor frente a la divisa estadounidense.

La alternancia entre oro y dólar no es simplemente una curiosidad estadística: es un recordatorio de que los mercados financieros, a pesar de su aparente caos, siguen pulsos rítmicos de confianza y miedo que se repiten una y otra vez. Y hoy, ese pulso vuelve a latir en favor del oro.